Salvajes fuera, con bozal en casa.
"Son casi paramilitares, bien entrenados para operaciones rápidas y violentas". Así describió la justicia de Marsella a los ultras rusos después de que protagonizasen graves incidentes durante la Eurocopa en 2016. Si hay un país en el que la relevancia internacional de sus futbolistas y la de sus ultras esté desproporcionada ése es Rusia.

Los carniceros de Oriol, del Lokomotiv de Moscú, o Los gladiadores del Spartak (nacidos en los 90 entre las cenizas desencantadas de la URSS) suelen pelear entre sí o con otras hinchadas locales.
Cuando la competición es internacional se unen y aumenta el peligro: las bandas forman un ejército, pero sólo fuera de Rusia. Dentro del país el Gobierno ha sabido tenerlos controlados.
Es cierto que algunos funcionarios rusos no ocultaron la media sonrisa al ver a sus compatriotas "pateando algunos traseros" en Marsella. "La policía francesa está más acostumbrada a los desfiles del orgullo gay y se vio superada por nuestros chicos", presumió durante aquel nefasto verano de 2016 el portavoz del Comité de Investigaciones, el equivalente al FBI en Rusia. El propio Putin ironizó sobre los disturbios de Marsella, preguntándose retóricamente "cómo pudieron 200 rusos batir a 10.000 ingleses". Hasta ahí el tradicional revanchismo soviético ante la histórica arrogancia anglosajona. Pero otra cosa muy diferente es tener a los mismos ultras rompiendo mandíbulas ante las cámaras de televisión durante el gran evento deportivo que organizará Rusia este verano.
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