sábado, 24 de febrero de 2018

rompiendo relaciones con las armas

Hola amig@s, el titular de hoy trata sobre una empresa de alquiler de coches y un banco privado, han roto sus relaciones con la N.R.A.

El mayor banco privado estadounidense y un gigante del alquiler de coches rompen su relación con la Asociación Nacional del Rifle.


First National Bank of Omaha, el mayor banco privado de Estados Unidos, y el gigante del alquiler de coches Enterprise Rent-A-Car han cortado las relaciones con la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) después de que las redes sociales llamaran al boicot a las empresas que tienen relaciones con dicha asociación a raíz del tiroteo en una escuela de Florida.

En concreto, First National Bank of Omaha anunció que no renovará su contrato con la NRA mediante el cual se ofrecían tarjetas de crédito. "Los comentarios de nuestros clientes nos han llevado a revisar nuestra relación con la NRA. Como resultado, el banco no renovará su contrato con la asociación para emitir la tarjeta NRA Visa", apuntó en un tuit la entidad.

De su lado, Enterprise Rent-A-Car aseguró que finalizará su alianza con la NRA, por la que los miembros de la asociación recibían descuentos. Asimismo, utilizando la misma vía de comunicación que el banco, Enterprise indicó que el programa finalizará el próximo 26 de marzo.
Ambas aparecieron en una lista realizada por el sitio web 'ThinkProgress' en la que se incluía más de una veintena de compañías involucradas en alianzas corporativas con la NRA. Algunas de las compañías que aparecen en la lista y que estarían haciendo negocios con la NRA son las empresas de alquiler de coches Hertz, TrueCar o Avis, la firma de paquetería FedEx, y otras como LifeLine Screening, North American Lines, Starkey Hearing Technologies, ManagerUrID, Life Insurance Central o eSalud.

La NRA, sin embargo, acusó a los "oportunistas" de aprovecharse del tiroteo de la semana pasada. En la Conferencia de Acción Política Conservadora en Washington, el vicepresidente ejecutivo de la NRA, Wayne LaPierre, dijo que la solución para detener los tiroteos masivos era armar a los profesores en las escuelas, opinión que repetiría más tarde el presidente, Donald Trump.

los ultras rusos

Amig@s, el titular de hoy trata sobre los ultras rusos, de lo agresivos que son, entrenados como militares, y que les encanta exhibir su violencia encuanto salen del país.

Salvajes fuera, con bozal en casa.



"Son casi paramilitares, bien entrenados para operaciones rápidas y violentas". Así describió la justicia de Marsella a los ultras rusos después de que protagonizasen graves incidentes durante la Eurocopa en 2016. Si hay un país en el que la relevancia internacional de sus futbolistas y la de sus ultras esté desproporcionada ése es Rusia.

Los nuevos tiempos han descubierto nuevos cócteles para saborear la violencia con el regusto fuerte y a la vez fresco que te da un vaso de vodka con zumo de naranja. El nacionalismo para unir al grupo, el gimnasio para pelear como espartanos y las redes sociales para que la fama dure mucho más que el corte en la ceja. El partido es una excusa, pero la violencia puede ser un deporte si se hace en grupo. Y un arte si se comparte con vídeos cámara en mano.

Los carniceros de Oriol, del Lokomotiv de Moscú, o Los gladiadores del Spartak (nacidos en los 90 entre las cenizas desencantadas de la URSS) suelen pelear entre sí o con otras hinchadas locales.

Cuando la competición es internacional se unen y aumenta el peligro: las bandas forman un ejército, pero sólo fuera de Rusia. Dentro del país el Gobierno ha sabido tenerlos controlados.

Es cierto que algunos funcionarios rusos no ocultaron la media sonrisa al ver a sus compatriotas "pateando algunos traseros" en Marsella. "La policía francesa está más acostumbrada a los desfiles del orgullo gay y se vio superada por nuestros chicos", presumió durante aquel nefasto verano de 2016 el portavoz del Comité de Investigaciones, el equivalente al FBI en Rusia. El propio Putin ironizó sobre los disturbios de Marsella, preguntándose retóricamente "cómo pudieron 200 rusos batir a 10.000 ingleses". Hasta ahí el tradicional revanchismo soviético ante la histórica arrogancia anglosajona. Pero otra cosa muy diferente es tener a los mismos ultras rompiendo mandíbulas ante las cámaras de televisión durante el gran evento deportivo que organizará Rusia este verano.

7 años muerto en su cama

Amig@s, el titular de hoy es muy escalofriante, un hombre de 38 años murió hace 7 años en su cama, y nadie se dió cuenta, aún siguen investigando el dia de su muerte pues ni los vecinos recuerdan el último dia que le vieron.

Valentín, siete años muerto en su cama sin que nadie le echara de menos.



Se cree que Valentín L. P. falleció con unos 38 años de edad un día del año 2011. No se puede afinar más la fecha de su defunción porque sus vecinos del número 3 de la calle Pintor Maella de Valencia capital son incapaces de recordar exactamente cuándo lo vieron por última vez y es difícil que la autopsia que se le está practicando al cadáver pueda, siete años después, situar con más precisión el día de su óbito.

Haciendo mucha memoria, en su edificio están convencidos de que fue en 2011 cuando Valentín, que vivía sólo desde que su madre falleciera hará ahora tres lustros, informó a los más cercanos de que se trasladaba una temporada a Santander. Iba a someterse allí a un tratamiento de desintoxicación, convencido de que esta vez rompería definitivamente con las drogas, a las que se enganchó tras la pérdida de su progenitora. Lo dispuso todo para marcharse e incluso regaló sus mascotas: los dos gatos y el perro que paseaba a diario por el barrio, de nombre Légolas.

"Dijeron que se había ido a Proyecto Hombre. Ya había estado una vez antes y le había ido muy bien, había vuelto muy recuperado. Cuando dejamos de verlo, todos pensábamos que estaba allí", explica una vecina que entonces residía dos pisos más arriba de Valentín y que aún está desconcertada por la noticia. Se pregunta cómo es posible que nadie eche de menos a un ser humano en siete años y no oculta su impresión por saber que en el edificio han estado todo este tiempo conviviendo con su cadáver.

El número 3 de la calle Pintor Maella incluye un conglomerado de bloques de 12 plantas en los que residen unas 500 familias. Son como un pequeño pueblo donde todos se conocen. La versión más extendida en el vecindario sobre el detonante que llevó a que el pasado martes se forzara la puerta de la vivienda de Valentín es que la entidad bancaria donde tenía una cuenta dio la alerta extrañada porque el hombre ingresaba todos los meses una pequeña pensión pero llevaba años sin hacer ni un sólo movimiento.

Fuentes policiales explican a EL MUNDO que la entrada en el domicilio se llevó a cabo después de que el único hermano del fallecido, de nombre José Agustín, pusiera una denuncia en comisaría. En ella, manifestó que su hermano estaba desaparecido y que, aunque esto ya había sucedido anteriormente, en esta ocasión era especialmente preocupante por el elevado tiempo que había transcurrido sin que diera señales de vida.

El padre de Valentín había fallecido antes que su madre, en un accidente de tráfico, cuando él era veinteañero, por lo que su hermano José Agustín era el único familiar directo que tenía. A pesar de ello, la relación entre los hermanos, explican en el número 3 de Pintor Maella, era inexistente. Se cortó radicalmente hace años, probablemente a causa de las adicciones de Valentín, al que algunos vecinos incluso tenían por hijo único.

José Agustín se casó, abandonó el domicilio familiar y no se volvió a dejar caer por allí hasta este martes 20 de febrero, cuando, según adelantó el diario Las Provincias, acompañado de varios agentes de Policía y de un cerrajero, entró en el edificio. José Agustín esperó en el rellano, fuera del piso, ya intuyendo que dentro no esperaban buenas noticias.

Valentín nunca hizo las maletas ni llegó a ingresar en el centro de la asociación Proyecto Hombre en Santander. Su cadáver yacía sobre la cama, en avanzado estado de descomposición y sin signos visibles de haber sufrido violencia. "Era un chaval muy majo", lo recuerda otra de sus vecinas. "De más joven trabajó de albañil, pero luego se metió en ese mundo... y ya ni trabajar ni nada".

La autopsia que llevan a cabo los forenses del Instituto de Medicina Legal de Valencia determinará las causas exactas de su silenciosa muerte pero no arrojará una fecha ni una edad de defunción para grabar en su lápida.

VIVIENDO EN UN TUNEL

Hola amig@s, el titular de hoy trata sobre personas que viven en tuneles cerrados junto a las cuatro torres cerca de Chamartín, una historia conmovedora.


Cinco años viviendo en un túnel con vistas a las Cuatro Torres.


Cuando a muchos vecinos de Plaza Castilla les preocupa cómo será la quinta torre que ocupará el cielo de Madrid, a Estela Tapuster le preocupa que la noche no venga fría. Son las 10 de la mañana y Estela anda con pasos cortos para desentumecerse. El termómetro ha bajado de cero y ahora apenas marca dos grados. A sus 63 años, ya no soporta esas heladas como antes. Lleva cinco años viviendo bajo un túnel cerrado al tráfico cuyas vistas son, de un lado las cuatro torres y del otro la estación de Chamartín. Convive con su marido y otros seis rumanos. Juntos se han construido un poblado con restos de puertas, maderas rotas, telas y otros cables.

Ella es la encargada de cuidar al grupo, la matriarca. «Unos se van a buscar chatarra y otros intentan trabajar en alguna obra, luego por la noche nos juntamos todos y cenamos», comenta mientras se pasea con zapatillas de andar por casa entre ventiladores viejos y otros electrodomésticos acumulados en una montaña. Pegado a la pared tiene un hornillo en el que cocina con bombona de gas y a la izquierda una mesa que le hace de encimera para preparar la comida. «Hoy para comer voy a hacer unas albóndigas», dice y señala dos o tres montones de carne picada que tiempo atrás fueron hamburguesas. Cuando te fijas en la pila de ajo que tiene al lado sonríe y dice «así nos da más fuerzas».

Estela y su marido llegaron a Madrid hace 20 años. Tenían en Rumanía una tienda que la crisis se acabó llevando por delante. «Elegimos España porque el idioma es más fácil, tiene raíz latina como el nuestro», explica. Ella es cocinera y ha trabajado de muchas cosas pero lo que más hizo fue de cuidadora de ancianos. Entonces, empezaron los problemas de salud. Una dolencia cardíaca, una operación en el cuello de la que guarda una imponente cicatriz y una diabetes acabaron con ella sin trabajo y en la calle. Tras deambular por albergues y otros sitios encontraron este túnel y hasta hoy.

El poblado lo componen cuatro chabolas. Las viviendas apenas tendrán seis metros cuadrados. Más que viviendas son dormitorios ya que fuera tienen un salón común montado con sofás que han ido recogiendo de la zona. «Uno lo pintó un niño, el otro lo mordió un perro, este se rajó por aquí», va dando explicaciones imaginarias a que esos muebles terminaran en la calle.

Pasado un rato sugiere Estela ir a la parte exterior del túnel. El sol ya calienta y tienen ahí varias sillas como si fuera la terraza de una casa. Estela no para de hablar pero, en un momento de su discurso, se detiene, entorna los ojos mientras se pone la mano de visera sobre sus gafas y señala al parking de Chamartín. «Allí me encontré una vez con Jesús Calleja», revela de sopetón. «Tras hablar un rato me ofreció 50 euros pero yo no los quería. Soy rumana, no gitana, no pedimos dinero», relata mientras luego comenta que les ofreció trabajo en una finca en Córdoba en la recogida de aceituna pero que su marido tuvo un problema judicial por una pelea que les impidió aceptarlo.

Viven únicamente con lo que recogen a la puerta del Mercadona y supuestamente de la chatarra. Tienen buena relación con los vecinos. Pocos saben que viven ahí y las únicas quejas del barrio se dirigen hacia un grupo de personas sin hogar que vivían en un solar frente al túnel y que se pasaban el día borrachos, según explicaba Fernando Gómez quien suele sacar a pasear al perro por la zona. «Afortunadamente, la policía les desalojó hace dos días», apostillaba Fernando.

Cuando ya terminábamos de charlar con Estela apareció su marido Juan con un compañero. Arrastraban un carro de la compra repleto de cables. Tras saludarnos con una mano gigante, nos pidió que «no dijéramos nada al Ayuntamiento», por miedo a perder su espacio pese a que reciben visitas de la policía municipal casi a diario según su mujer. Al despedirnos, les anuncio que la noche va a ser muy fría. Juan se ríe y, mientras agarra a su mujer, dice «no pasa nada, ella está gordita y juntos nos damos calor». «Te tienen como la reina del túnel», le digo a Estela. «No soy la reina del túnel, soy una estrella de Hollywood», concluye.