Hola amig@s, el titular de hoy trata sobre un "juego" muy macabro... el metring. Trata sobre ir de vagon en vagon cuando esta en movimiento, en este caso contaremos la historia de los niños amputados por caerse o por dar un traspies.
Metring: el juego en el que el Metro te corta las piernas.
"Fue una locura de juventud". Habla
Daniel Alonso Carrera. Su nombre apareció hace unos años en la prensa, aunque algunos lo llamaron David. "
Un joven de 19 años pierde una pierna al ser arrollado por el metro cuando jugaba a saltar entre vagones",
decía el titular de EL MUNDO.
Lo que le ocurrió sucede más a menudo de
lo que se sabe. Y la historia tiende a repetirse: un chico -niño o
adolescente- baja al metro, espera la llegada del tren y, en el andén,
cuando cierran las puertas, salta al acople que une los vagones de los vehículos más antiguos. Es un hueco infernal y da nombre a un juego peligroso, el
metring. Porque, después de la sensación de riesgo, de la "locura" en busca de adrenalina, a veces llega la desgracia.

Daniel, como al menos una quincena de jóvenes desde los años 90,
perdió una pierna en el metro de Madrid tras caer de un acople entre vagones.
Cuatro murieron. Es sólo la recopilación de casos que ha podido hacer
Crónica.
(Metro asegura carecer de datos). El último ha puesto de manifiesto el
problema, en medio del silencio imperante. El domingo pasado, un niño de
13 años se subió a una de esas plataformas. Las últimas informaciones
indican que no iba jugando, pero la imprudencia la cometió saltando
adonde no debía. Cerca de la estación de Sierra de Guadalupe cayó a las
vías y el tren le pasó por encima.
Al pequeño han tenido que amputarle las dos piernas.
"Es un caso fortuito y completamente aislado", dicen desde la empresa pública. Varios testimonios lo cuestionan.
"Yo tenía 19 años". Era el
14 de julio de 1996
en Madrid, madrugada del domingo, y Daniel acababa de terminar la
Selectividad. Acompañado de tres amigos, un chico y dos chicas, iba a
festejar la libertad. Se merecían unas copas. En la estación de Bilbao
cogieron el último tren de la línea 1.
"Las dos chicas entraron en los
vagones pero mi amigo y yo, que ya lo habíamos hecho más veces, nos
subimos entre vagón y vagón", relata.
La memoria de Daniel no conserva lo que ocurrió a partir de ahí. "Mi amigo me contó que me solté de una mano y entonces un golpe de vagón me expulsó para fuera".
La
siguiente escena transcurrió en la oscuridad del túnel y presentó un
rosario de casualidades que, una tras otra, dice, le salvaron la vida.
El cuerpo de Daniel no cayó sobre las vías sino en una pared del metro, así que sólo una pierna quedó sobre el raíl.
"Después el tren me dio en la pierna y me expulsó, pero por suerte la
cabeza no me volvió hacia los raíles". Cuando su compañero advirtió su
ausencia llamó a los vigilantes. Llegaron el Samur y la Policía. Incluso
Telemadrid. Pero a Daniel no lo encontraban. Cubierto de grasa de los
raíles en la negrura de aquel túnel,
fue un reportero de la televisión quien lo halló gracias al foco de su cámara.
Así
llegaron la amputación de su pierna derecha por debajo de la rodilla y
14 días en coma, seis de ellos de carácter irreversible. Porque la
pierna fue casi lo de menos: "Me abrí la cabeza y el brazo lo arrastré
por la pared del túnel en carne viva".
Estuvo clínicamente muerto.
Al decimoquinto día despertó. La familia nunca denunció al metro; la
empresa, eso sí, pagó la factura del hospital ("3 millones de pesetas").
"La gente aprende a golpes o a buenas. Yo aprendí a golpes", dice él. Y
se recuperó. Casi milagrosamente. Hoy una prótesis casi imperceptible
le hace la vida fácil. Hasta practica kárate para mejorar el equilibrio.
Pero ha habido más casos que el suyo, y más desgraciados. A
Miguel Antonio Ruiz Cabezas Crónica lo localiza en Móstoles. Su historia fue también una mera columna de sucesos en un periódico de los 90.
Tenía 11 años, era el cuarto de siete hermanos y le gustaba jugar al futbito.
Lo que le agradaba menos era el colegio donde, por unas circunstancias
familiares difíciles, estaba internado.
La víspera de aquel martes de
octubre los profesores habían castigado a la clase por una gamberrada.
"Nos mandaron hacer gimnasia, un montón de flexiones...", recuerda
Miguel. "Así que dos compañeros nos pusimos de acuerdo y planeamos
escaparnos".
Bajaron al metro de Cuatro Caminos dirección Quevedo y se subió entre los vagones. Fue su "primera vez", dice, y la última.