miércoles, 14 de septiembre de 2011

LAS FIGURAS DE PALPA


Hola amig@s, he vuelto a mirar la pagina web de 4º milenio y he visto otro titular muy interesante, se trata sobre las figuras de palpa, situadas en peru ( justamente en un desierto, vamos ke sino son aeropuertos para ovnis pues digamos ke la gente de akel entonces se aburria mucho jeje... ) para algunos son una especie de "aeropuertos" para ovnis y para los "no creyentes" pues gente ke se deben de aburrir mucho como en los campos de maiz, bueno mejor echar un vistazo vosotros mismos.

EL CERRO DE LOS ASTRONAUTAS


17/octubre/2009.- Realmente hay poco que decir. Sólo hace falta ver. Ver con los ojos del alma. Ahí están, olvidadas, abandonadas, las figuras de Palpa, aún más enigmáticas que sus hermanas famosas de Nazca. Cubiertas por el polvo de los siglos, al margen de explicaciones sesudas y frías. Mostrándonos un secreto que se antoja insondable. Allá arriba, a 1800 pies, durante siete largas horas, supe que a los extraños seres hay que mirarles de frente. Con el corazón. Y sin temor a lo que uno siente. Sin ese temor que a veces mutila lo auténticamente genuino.

Ahí están, como reflejo antiguo de algo emocionante. No me parecen dioses, ni animales, ni nada por el estilo. O sí. Dioses diferentes, no tan lejanos como los de las religiones establecidas, sino próximos. A ras de suelo. Huellas de dioses que llegaron muy cerca de esta ceniza grisácea del desierto más seco de mundo.

A vista de pájaro, libre como los cóndores milenarios del Perú, el corazón late fuerte y el oxígeno llega puro a los pulmones. Uno se siente Dániken, Charroux, Kolosimo, Benítez, Del Oso y tantos otros que, equivocados o no, -lo mismo me da- vieron aquí la crónica extrahumana, el encuentro remoto, el hermanamiento y fascinación por otras entidades venidas quién sabe de qué lejanas galaxias. Seres que debieron dejarnos, por lo menos, el legado de su recuerdo.

Un recuerdo proscrito y prohibido.

Quizá muchos digan que no hay pruebas de lo que afirmo tan alegremente. Y ni puñetera falta que hacen. No hablo de pruebas, sino de lo que el corazón siente. De la fascinación y la fantasía, territorios perdidos inexorablemente por el hombre moderno, alienadamente convencional, y mecánico. Ese hombre, esa masa, que ha puesto los barrotes de su lógica a la fascinante realidad. Como decía Stephen King, el gran rey: “Cada vez siento más pena de ese hombre que desprecia el misterio, la posibilidad imposible, porque dicen que nada de todo eso es real. Sencillamente no es capaz de levantar el peso de la fantasía. Los músculos de su imaginación se han atrofiado y debilitado”.

Pues eso, el monarca del terror, como casi siempre, tiene razón. Y aquí, en los cielos del Perú, el país más enigmático, sorprendente y mágico que yo he conocido, que tiene ese recuerdo, esa sensación, ese espíritu que te hermana de por vida desde la primera vez que lo pisaste, la fantasía vuela libre, sin censores ni cortapisas, ni personas que nos digan que eso deja de ser la realidad. La realidad es la de uno. Libre, única, mágica… ¿intransferible? Ojalá no.

Esperemos que alguien pueda sentir algo parecido. Aún no está todo perdido.

Decenas, cientos de figuras impresionantes van saliendo a nuestro paso. Nos saludan, aparecen como fantasmas inmensos, nos irradian con su poder. A veces bastan dos círculos como ojos, una raya como boca. No hace falta más. Nosotros sentimos la Majestad del ser. La inexplicable radiación de lo sagrado. Es la catarsis del arte. Inabordable científicamente. Ni puñetera falta que hace.

Es un encuentro más con ese arte de lo sobrenatural que nos pone la carne de gallina, que conecta con las neuronas, que nos dice algo en un código que ya desaprendimos. Que nos sigue llamando a las puertas más profundas de nuestro ser. Toc, toc.

Las rodeamos, descendemos, fotografiamos. Ahí están los cascos relucientes, los ojos redondos, los cinturones. Ahí está la soledad más absoluta y profunda que uno pueda imaginar. Apenas nadie vuela por aquí ¿Y por qué? Da la sensación de que estos astronautas, tal y como los llaman los pilotos en su jerga de siglas y radiofrecuencias, no sirven para ninguna teoría oficialmente aceptada. Empañan en su misterio hondo y molesto el popular enigma de nazca. Pero son más antiguas, como altares en los montes, como símbolos grabados en los apus; como mensajes eternos que deben perdurar. Aunque ya ni queramos leerlos ni sepamos cómo hacerlo.

Lo que queremos, o quieren muchos, es explicar cómo se hacen, la estaca por aquí, la cinta métrica por allá. Reducirlo todo a nuestro mundo. Quieren un block, un blog, un portátil, medidas, esquemas, gráficos, datación. Lo demás sobra.

Pero desde arriba uno ve que eso que dicen que sobra es en verdad la esencia.

Y esa nadie la puede medir. Ni puñetera falta que hace.

Sólo con el alma profunda, la más honda y antigua que tenemos como especie, esa que nos interconecta con miedos y glorias comunes desde el primer segundo del tiempo podemos absorber todo esto. Esa alma que se sigue emocionando, la que nos hace incorporarnos en el asiento del helicóptero, la que nos hace abrir los ojos hasta que duelen, la que casi nos hace derramar lágrimas sin saber por qué ante estos dioses milenarios semienterrados en el Imperio del Sol. ¿Por qué emocionarse como un niño ante estas figuras? ¿A qué atávico impulso responde eso?

¿Debo sentirme inferior al arqueólogo distante que las mide con su metro, la sigla 5B-11 y luego se marcha diciendo que ya ha hecho su trabajo? ¿Con qué mirada ve él y veo yo? ¿No son las dos totalmente reales? ¿Debo ser yo mucho más ingenuo e infantil que aquel prohombre siempre tan preocupado con los problemas del vivir cotidiano que pone la tele o abre un libro y sólo es capaz de ver unos dibujos en la arena que parecen monigotes y de inmediato cambia de canal para ver la pelea, el índice de la bolsa, el video gracioso, el reality zafio o el sesudo comentario político con el que enojarse?.

Sigo sobrevolando estos seres y me sigo preguntando ¿por qué casi se me resbalan las lágrimas ante estos visitantes que parecen recuerdos del futuro? ¿Por qué no todo el mundo siente lo mismo?.

Quizá eso sea el misterio. Algo que no podemos explicar. Algo que nos atrapa. Algo que nos hace reaccionar de un modo primitivo, emotivo, inexplicable, inclasificable. A mí me ha pasado en Palpa. Y ya, ya lo se. Racionalmente puede que no tenga el más mínimo sentido.
Ni puñetera falta que hace.

Cuando hacíamos estas fotos a mi mente venía, como un eco, un viejo poema del hermano del gran periodista Carlos Murciano. Aquel que escribió “Algo flota sobre el mundo” en 1969.

Como si una parte muy secreta de uno mismo intuyese que todo ese mosaico tan lejano significa algo con lo que aún estamos irremisiblemente conectados. Allí arriba, sobre las planicies infinitas dibujadas una y mil veces por hombres y mujeres antes del nacimiento de Cristo, las medidas, los catálogos arqueológicos, las interpretaciones de estudiosos, las realidades rotundas, frías, objetivas, medibles, serias, se me emborronaban sin remedio en un mareo de siglos. Y en el epicentro de ese vértigo que se me colaba en el pecho, solo sentía brotar palabras con alma, con fuerza, como este poema, que no se alejó de mi órbita hasta que puse el pie a tierra.

¿De qué planeta ignoto,
de qué remota patria?
¿A cuántos años-luz
de mis sueños, tus ansias?

¿Vienes en odio, en guerra,
o acaso en paz y en gracia?
¿Hombre o robot, qué furias,
qué misterios irradias?

¿Qué estrellas por tus ojos?
¿Por tus venas, qué savias?
¿Qué piensas, qué respiras?
¿Gritas, chirrías, hablas?

¿Quién engendró tu imagen
para su semejanza?
¿Qué Dios de qué ultramundos
te hizo inmortal el alma?

¿Por qué espacios sin ecos
tus naves y tus cápsulas?
¿Cuándo mis pies de tierra
pisarán tus galaxias?

¿Verdad, ficción tu vida?
¿Humo tu muerte o nada?
¡Yo sé que un día, juntos,
haremos, nueva, el alba!


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