Hola amig@s, el titular de hoy trata sobre las confesiones ineditas de Lorca todo esto lo podreís encontrar en el libro: "Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas".
Confesiones inéditas de Lorca: "Sólo hombres he conocido; y sabes que el marica me da risa".
Por ese candor infantil que mantuvo siempre (eso dicen), Federico
García Lorca podía pasar de la broma al gesto serio sin transición. De
la fantasía y el recuento de proyectos acumulados a la queja por la
sequía creativa. De la exageración al drama, de la risa a la tristeza
renegrida de los ojos. En las entrevistas sucedía así. No le gustaban,
pero le gustaban. No las quería, pero las guardaba.
Desconfiaba, pero
las quería: «En las entrevistas
siempre me hace el efecto de que es una caricatura mía la que habla, no yo».
Sin embargo, en el despliegue de páginas que protagonizó en los
periódicos está ese otro Lorca que es él mismo: el de la confesión en
voz alta, el valiente, el enredador, el intuitivo.
Varios años ha pasado el poeta malagueño
Rafael Inglada buceando en archivos hasta completar, con la colaboración del periodista
Víctor Fernández, el volumen que a finales de noviembre publicará la editorial Malpaso:
Palabra de Lorca: declaraciones y entrevistas completas.
La baraja completa de las declaraciones a la prensa del poeta es tan
abundante como asombrosa. Y completa el contorno de un Lorca hecho de
mil palabras que se cruzan, se contradicen, se vapulean o suenan a
entusiasmo.
En este trabajo (133 entrevistas recobradas) hay más
de un tercio de ellas inéditas en libro, otras amputadas en sucesivas
publicaciones y que ahora aparecen como fueron en su versión original.
También otras que se publicaron tras la muerte del autor de
Romancero gitano.
Unas porque habían quedado inéditas y otras porque fueron recuperadas
al difundirse la noticia de su asesinato. En España, en Argentina, en
Cuba, en Uruguay, en Italia, en Francia. Firmadas por
Francisco Ayala, González-Ruano, Giménez Caballero, Indro Montanelli, Mathilde Pomès... En
todas lució. En todas dejaba una reflexión vital o devastada, pero
siempre con fondo de luz. Ideas que celebraban su misterio glorioso o el
oficio de tinieblas de su propio altar de contradicciones. Era un gran
predicador de sí mismo.
En algunas de esas entrevistas anotaba también impresiones sobre el
resultado de la charla, sobre el periodista, sobre sus propias palabras.
Así sucede en la de Mathilde Pomès, donde no quedó satisfecho y apuntó
al margen de la página que quizá no se había enterado bien de casi nada.
Luego están aquellas en las que habla descargando algún peso vivo, como
recuerda
Cipriano Rivas Cherif en tres reportajes que publicó en 1957 en el suplemento dominical del periódico mexicano
Excelsior, donde recupera algunas confesiones íntimas del poeta en 1935.
«Yo no soy gitano, soy andaluz, castellano colonizador de Andalucía. Y no he conocido mujer».
Era la primera vez que Lorca hablaba de su homosexualidad para un
medio: «¿No te has privado tú de la otra mitad? Lo que pasa es que si es
verdad lo que me dices es que eres tan anormal como yo. Que lo soy, en
efecto. Porque
sólo hombres he conocido; y sabes que el invertido, el marica, me da risa,
me divierte con su prurito mujeril de lavar, planchar, coser, de
pintarse, de vestirse de faldas, de hablar con gestos y ademanes
afeminados. Pero no me gusta. Y la normalidad no es ni lo tuyo ni lo
mío. Lo normal es el amor sin límites. Porque el amor es más y mejor que
la moral de un dogma, la moral católica; no hay quien se resista a la
sola postura de tener hijos.
En lo mío no hay tergiversación (...) Pero
se necesitaría una verdadera revolución. Una nueva moral, una moral de
libertad entera. Ésa que pedía Walt Whitman».
Decía
Juan Ramón Jiménez
que las entrevistas formaban también parte de su obra. De ahí que con
este proyecto quede, de algún modo, rematada también la obra completa
del autor de Poeta en Nueva York. «Cuando las lees todas y contrastas
algunas cosas percibes que Lorca tendía a ser algo embustero en sus
declaraciones. Pero, sobre todo, era un hombre ilusionado con su futuro,
comprometido con la República. Un poeta al que aquí se le transparenta
el ser humano», dice Inglada.
Los temas de los que habla son
muchos. El mar, la música, la política, el teatro, la muerte, ¡Cataluña!
Desde Uruguay dice en 1934: «Esto es mi patria. Oye: me siento
compatriota.
Estoy en mi patria. Para mí, esto, no es viajar. Te juro que en Cataluña siento más la lejanía de mi solar que aquí.
No; puede ser que ustedes me consideren extranjero. Pero no puedo, no
siento mi calidad de viajero recién llegado a esta tierra que ya es
mía».

Una cierta teatralidad hay en todo lo que hace García Lorca. Una
puesta en escena lúdica que pasa por lanzar risas a la atmósfera o
esperar en bata al periodista, como en la foto tomada por Alfonso en la
que aparece en abril de 1936 junto a
Felipe Morales.
Era abril de 1936. Le quedan al poeta cuatro meses de vida. La última
entrevista se la concedió a Otero Seco pocas semanas antes del crimen en
Granada: «La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que
pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es
el misterio donde tienen lugar las cosas. Se pasa junto a un hombre, se
mira a una mujer, se adivina la marcha oblicua de un perro, y en cada
uno de estos objetos humanos está la poesía».
Hablaba a trallazos y a veces también mordía más de lo que era capaz de masticar. Pero como decía Guillén,
cuando estaba Federico no hacía ni frío ni calor: hacía Federico.
Y sabía de las cosas de la vida como un niño grande, como un muchacho
intuitivo aún con el flequillo espeso: «Yo soy un español integral, y me
sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al
que es español por ser español nada más.
Yo soy hermano de todos y
execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta
por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos.
El chino bueno está más cerca de mí que el español malo (...) Y desde
luego no creo en la frontera política. (...) Yo soy en el fondo un
descreído hambriento de creer». Esto se lo dice a Bagaría en 1936.