Hola amig@s, el titular de hoy trata sobre un aleman llamado Manfred, la ultima vez ke se le vio fue en un muelle de malllorca en 2009, al parecer compro una embarcacion para recorrer el mar con su mujer pero ella fallecio debido a un cancer, y el tuvo un infarto en plena navegacion, asi ke imaginaros los 2 pescadores ke encontraron su cuerpo, se llegaron a creer ke era un barco fantasma.
El extraño caso de la momia navegante.
Las cosas más increíbles suceden cuando menos te lo esperas. La
mañana del 26 de febrero tendría que haber sido una jornada normal de
trabajo para Christopher Rivas y su compañero de tripulación. Un día
como otro cualquiera para un par de jóvenes
pescadores filipinos,
en la primera ventana de mar tranquilo después de varios días de fuerte
temporal. Ambos salieron en su pequeño barco de pesca del puerto de
Barobo, en Surigao del Sur, cuando aparecían por el horizonte las
primeras luces de la mañana y unas horas más tarde estaban faenando en
su caladero habitual, a
unas 40 millas de la costa. Una
jornada rutinaria para dos pequeños pescadores artesanales de un puerto
asiático, como tantos otros miles. Un día cualquiera. O no.
En
algún momento de la jornada de trabajo, cerca de las cuatro de la tarde,
Christopher levantó la cabeza de lo que fuera que estuviese haciendo en
aquel instante y dejó vagar la mirada sobre el mar, calmo y tranquilo
como un espejo. Fue entonces cuando la jornada se transformó en algo
difícil de olvidar.

Al
principio no sabía muy bien qué era lo que estaba viendo. A cierta
distancia, flotando inmóvil sobre las aguas, un bulto de formas
inciertas iba a la deriva, llevado por las corrientes y el viento.
Christopher y su primo terminaron de izar las redes -al fin y al cabo,
para eso habían ido hasta allí- y solo entonces, con parsimonia, se
acercaron a aquel
extraño objeto a la deriva. Surigao
del Sur está relativamente cerca de una arteria marítima principal, una
zona que es ruta de paso habitual de los innumerables cargueros que unen
China, Corea y Japón con Europa y Estados Unidos. Es una vía naval tan
transitada que no es del todo infrecuente encontrarse
basura de gran tamaño
a la deriva. Muchas veces es solo eso, basura, pero en ocasiones son
contenedores completos llenos de mercancía que caen por la borda de un
carguero en medio de una tormenta y que quedan a merced de las olas. Es
fácil imaginar la
tensión que aumentaba a bordo del
pequeño barco de pesca a medida que se acercaban al gran objeto
flotante: de tratarse de un contenedor repleto de productos de alto
valor como electrónica o componentes, y si el agua salada no había hecho
demasiados estragos en ellos, a Christopher y su compañero de pesca les
habría tocado la lotería.
A medida que se acercaban seguramente
su expresión fue cambiando. Estaba claro que aquello no era un
contenedor... pero tampoco era basura a la deriva. Puede que en ese
momento Christopher se preguntase en qué
clase de lío estaba a punto de meterse.
Un maltrecho velero Sun Magic de 40 pies flotaba
semi sumergido
a apenas unos metros de su barco. El mástil había desaparecido, la
quilla estaba inclinada casi 30 grados y media cubierta, repleta de una
maraña de cabos y restos destrozados de velas, parecía estar arrasada
por las olas. De manera incongruente, los dos paneles solares situados
sobre la toldilla de popa permanecían en perfecto estado, como si toda
aquella devastación no fuese con ellos. Parte del casco estaba cubierta
por algas y moluscos, y una gruesa raya oscura marcaba la línea de
flotación, dejando bien claro que hacía
mucho tiempo que estaba en el agua, pero aun así se distinguía perfectamente el nombre de la embarcación,
Sayo, escrita en grandes letras negras sobre la resquebrajada pintura blanca.
Posiblemente
en ese momento Christopher y su primo cruzasen una mirada nerviosa,
pero eso no aparece en el informe que redactaron a
posteriori las autoridades filipinas de Barobo.
Lo que sí aparece es que, armándose de valor, decidieron abordar el
velero para descubrir qué era lo que se ocultaba en su interior.
Dólares, latas de comida y fotos
La luz del sol se colaba por los ventanucos abiertos de par en par y
por las escotillas superiores, pero aun así, Christopher tardó un rato
en habituar su mirada al interior sombrío de la cabina. Una pequeña vía
en alguna parte había dejado entrar bastante agua y una charca
indefinida repleta de restos de comida, aceite y objetos diversos le
llegaba por los tobillos. Entonces vio que al fondo, en el lado de
estribor de la nave,
un hombre sentado en la mesa de
navegación parecía dormitar sobre su brazo derecho, con la radio a pocos
centímetros de sus dedos. Según se recoge en su testimonio, antes de
que Christopher pudiese pronunciar ni una sola palabra, una ola movió el
buque lo suficiente como para que un rayo de luz cayese sobre la cabeza
del hombre y fue entonces cuando el pescador filipino comprendió que su
día se acababa de complicar de verdad.
Al fin y al cabo, no todos los días te tropiezas con un
barco fantasma tripulado por una momia.
Las
horas posteriores fueron un caos, y el detallado informe de la Estación
de Policía de Barobo nos permite reconstruir casi paso a paso lo que
sucedió. Los dos pescadores dieron aviso por radio al tiempo que
remolcaban el
maltrecho yate hacia la costa. Por el
camino, la vía de agua se fue ensanchando y cuando las autoridades se
acercaron por primera vez al interior del
Sayo el agua ya le llegaba al
cadáver desecado casi por las rodillas.
Lo primero que observaron fue que todos los objetos de valor seguían a bordo, lo cual descartaba que aquello fuese obra de un
asalto pirata,
algo que no hubiese sido nada extraño en unas aguas infestadas de
depredadores. Había una cartera llena de dólares y euros, grandes
reservas de comida enlatada y un costoso equipo de telecomunicaciones, a
pocos centímetros del cadáver. Flotando en el agua estancada de dentro
de la cabina,
docenas de fotos arrancadas de un álbum
se desdibujaban lentamente a medida que los rostros sonrientes de las
imágenes se transformaban en borrones de colores. En las fotos se veía a
un hombre de mediana edad junto con una mujer guapa y sonriente y una
niña que a medida que iban pasando los años se transformaba en una
muchacha atractiva. Las fotos iniciales, tomadas en alguna
ciudad centroeuropea,
pronto daban paso a imágenes de la sonriente pareja a bordo de aquel
barco en los puertos más insospechados del mundo. Una cartera
plastificada con documentos permitió darle una identidad al tripulante
misterioso cuyo cadáver momificado observaba aquel trajín: su nombre era
Manfred Fritz Bajorat, un alemán de 59 años que no
había sido visto por nadie desde que en el año 2009 recaló en el puerto
de Mallorca. Un año después, el
Sayo se cruzó con otro barco en alta mar, y desde aquel instante, excepto por algún mensaje en su
página de Facebook, era como si se lo hubiesen tragado las olas... hasta que apareció momificado en las costas de Filipinas.
Las preguntas se empezaban a acumular sobre la mesa. ¿Qué le había pasado a aquel barco? ¿Cómo había
muerto Manfred
y cuándo? Y sobre todo, ¿cómo era posible que su cuerpo estuviese tan
espantosamente conservado, en un último gesto de hacer una llamada de
radio? ¿A quién quería llamar y para qué?.
Pronto se empezaron a atar cabos. Mientras en el exterior del
Sayo se amarraban
docenas de boyas
para impedir que el barco, exhausto después de haber cumplido su última
singladura se fuese a pique, un forense examinaba el cuerpo del
marinero. Su primera conclusión es que un
infarto fulminante
había acabado con él y que llevaba muerto más de un año, probablemente
dos. Una extraña y curiosa combinación de altas temperaturas -el calor
dentro de aquella pequeña cabina era sofocante- junto con un fuerte
viento marino cargado de sal, había ido desecando el cadáver de Manfred
Bajorat hasta dejar una
momia en perfecto estado.
El
contraste entre el cuerpo incorrupto de Bajorat y sus fotos familiares
desdibujándose lentamente y vaciando su pasado resultaba profundamente
perturbador. Sin embargo, algo mantenía
alerta a la Policía filipina:
apenas había objetos personales del único navegante del barco más allá
del álbum de fotos. Y lo que es más inquietante, hace un mes, el 31 de
enero, el
LMAX Exchange, uno de los barcos participantes en la vuelta al mundo a vela Clipper Race, dio aviso de un
yate a la deriva con el mástil perdido y de las mismas características que el
Sayo, a la altura de Guam, a más de
1.000 millas
náuticas del lugar donde Christopher Rivas hizo su macabro
descubrimiento. Pese a que incluso llegaron a abordarlo, la organización
de la carrera hizo
caso omiso de esa advertencia por motivos desconocidos y el
Sayo continuó su camino durante un mes más.
"Que tu alma halle paz. Tu Manfred"
Resulta difícil comprender cómo un
velero de 12 metros
puede navegar a la deriva durante varios años sin que nadie se dé
cuenta de ello. Quizás la enormidad del Pacífico y el propio carácter
solitario de Bajorat ayuden a comprenderlo. Fue a finales de los 90
cuando este antiguo vendedor de seguros en una ciudad del bajo Ruhr
alemán, después de toda una vida ordenada y tranquila, decidió huir del
frío,
vender todo lo que tenía y lanzarse a recorrer los mares del mundo con su mujer, Claudia.
El sueño se rompió bruscamente en el año 2010 cuando
Claudia murió de
cáncer y Bajorat la enterró en la isla caribeña de Martinica. A partir
de ahí se le pierde el rastro, excepto por breves actualizaciones de sus
cuentas en redes sociales, hasta que de repente, hace casi dos años,
desapareció por completo. Uno de los documentos recuperados en la cabina del
Sayo era un texto de unas
20.000 palabras que
Manfred Bajorat le dedicaba a su mujer y en el que estaba trabajando
cuando la muerte le sorprendió en alta mar. "Treinta años estuvimos en
el mismo camino. Luego el poder de los demonios fue más fuerte que el
deseo de vivir. Te fuiste. Que tu alma encuentre paz. Tu Manfred".

Es fácil imaginarse el sentimiento de pérdida de aquel hombre en alta mar, navegando
sin rumbo
en busca de un consuelo que la enormidad del océano no le podía dar de
ninguna forma. También resulta fácil imaginarse el momento de pánico en
el que Manfred Bajorat sintió el
pinchazo delator en el
pecho que le anunciaba que estaba sufriendo un infarto de miocardio,
totalmente solo y a cientos de kilómetros del lugar habitado más
cercano. Es imposible no estremecerse al recorrer con él los pocos
metros que le separaban de la mesa de navegación donde estaba la radio y
tratar de mandar un mensaje de socorro con dedos cada vez más torpes y
la mirada cada vez más perdida. Lo que no hace falta imaginarse es la
postura plácida y relajada
en la que quedó su cuerpo, con la mano muy cerca del transmisor,
sumergido en un profundo y eterno sueño del que ya nadie le podría
despertar.
Durante casi dos años, como una moderna versión del
El holandés errante, el Sayo
y su capitán fantasma recorrieron juntos el Pacífico, atravesando
tormentas, zonas de calma y largas noches de verano y de crudo invierno.
Durante todo ese tiempo, tan solo las estrellas y alguna ballena
solitaria fueron testigos de cómo el velero iba, poco a poco, cayendo
víctima de los elementos, mientras su capitán permanecía
incorrupto haciendo una llamada eterna de auxilio. Seguramente, antes de perder su mástil en una tormenta, el
Sayo se cruzó con muchos pesqueros y mercantes que lo vieron pasar ajenos a que ninguna mano humana manejaba ya su timón.
Quedan todavía muchas
preguntas por responder
sobre el extraño viaje de años del Sayo, pero quizás las más acuciantes
sean estas dos: ¿estaba realmente solo Manfred Bajorat en el momento de
su muerte? Y si es así, ¿dónde está su ordenador portátil, el único
objeto que la Policía de Barobo no ha podido encontrar? El único que
puede tener las respuestas a todas esas dudas ha estado sentado en la
misma silla, durante dos años, esperando a que alguien hiciese las
preguntas. Durante todo este tiempo, una placa atornillada en uno de los
mamparos del velero ha estado siendo
testigo del lento discurrir
de la travesía. En esa placa de bronce hay grabado un mensaje que,
visto ahora en perspectiva, resulta estremecedor: "Este barco es una
delicia para el capitán, pero un infierno para sus marineros". No cabe
la menor duda de que Manfred Bajorat, como capitán y único tripulante
del
Sayo, conoció profundamente los
dos extremos de esa sentencia... Y solo él tiene las respuestas a todas las preguntas que aún están pendientes de contestar.